Los bosques subtropicales secos de Sudamérica se encuentran bajo una presión de deforestación que se ha ido incrementando aceleradamente en los últimos años. El caso Argentino, en la región comprendida por el sudoeste de Santiago del Estero y noroeste de Córdoba no es una excepción.
Las diferentes actividades productivas como la ganadería y la actividad forestal –por ejemplo para obtener madera- implican la destrucción de la cobertura vegetal del bosque y afectan la dinámica de la materia orgánica del suelo. Estos cambios tienen consecuencias directas sobre la fertilidad de los suelos y su capacidad de mitigar el cambio ambiental al almacenar carbono.
Un estudio realizado por científicos del CONICET en el noroeste cordobés encontró que los cambios en el uso de la tierra reducen profundamente la cantidad de broza –materia muerta- que llega al suelo. Como consecuencia, la cantidad y la calidad de carbono formado en el suelo cuando se descomponen estos tejidos, también disminuye.
Bajo condiciones sin disturbio, los modelos teóricos suponen que existe un equilibrio entre el carbono orgánico que ingresa al suelo y su emisión por parte de los organismos que viven en el suelo, hacia el aire. La presencia de un disturbio, como un cambio en el uso de la tierra, puede afectar este equilibrio, lo que repercute en la fertilidad y en la capacidad de almacenar carbono del sistema, que contribuye a mitigar el cambio climático.
Por otra parte se piensa que la degradación del carbono por parte de los microorganismos con la consecuente emisión de dióxido de carbono en el suelo es mayor cuando estos organismos tienen más sustrato y más fácilmente degradable. Sin embargo, contrariamente a lo esperado, en este estudio se demostró que aquellos sistemas con mayor presión de uso, que poseían suelos con menor cantidad y calidad de carbono, mostraron mayores tasas de pérdida de dióxido de carbono desde el suelo.
Esto sugiere que los disturbios ocasionados por los diferentes usos disminuyen la protección física de la materia orgánica en el suelo que, sin importar su estructura química, se vuelve más disponible para los microorganismos. De esta manera, aquellos sistemas con mayor presión de uso, y en consecuencia menos fértiles, son a la vez mucho más sensibles a las pérdidas de carbono por actividad microbiana que lo esperado, afectando directamente su capacidad de mitigar el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera.
Publicación original
Autores
Conti, IMBIV (CONICET-UNC)
Kowaljow, IMBIV (CONICET-UNC)
Baptist, Francia
Rumpel, Francia
Cuchietti, IMBIV (CONICET-UNC)
Pérez Harguindeguy, IMBIV (CONICET-UNC)
Díaz, IMBIV (CONICET-UNC)