CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

Tras la huella de los primeros pobladores cordobeses

Un grupo de Arqueólogos intenta reconstruir cómo fueron las sociedades más antiguas de esa región, hace 10 mil años


Equipo de investigación en Ongamira- Gentileza de los investigadores

Hace poco más de cinco siglos los españoles llegaban al territorio que hoy se conoce como América. Cerca del año 1500 pisaron por primera vez el suelo que ahora integra la República Argentina y a su paso fueron nombrando y clasificando a plantas, animales, lugares, objetos y pueblos. Este proceso, que durante mucho tiempo se conoció como el descubrimiento de América, implicó una reinterpretación del pasado y el presente de aquel momento y, con él, la supresión de gran parte de la realidad de aquellos antiguos pobladores. La arqueología busca justamente de reconstruir aquellas huellas perdidas a través de la ciencia.

A partir de una investigación realizada por un grupo de arqueólogos del Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR, CONICET-UNC) que comenzó en 2008 en Characato, a 132 km al norte de la ciudad de Córdoba, se puede empezar a reconstruir cómo eran los primeros habitantes de la región.

“Encontramos un fragmento de un tipo de punta de proyectil llamado ‘cola de pescado’ que es característico de los primeros pobladores americanos, datado en 10 mil años”, describe Roxana Cattáneo, investigadora independiente del CONICET y profesora titular en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Este hallazgo fue de gran importancia ya que existían muy pocos registros materiales con esa antigüedad y es la primera vez que se encuentra esta clase de punta en esta zona.

mapa sierras centrales

Ubicación de los sitios arqueológicos en estudio - UNCiencia-CONICET

En 2010 las excavaciones se trasladaron al Valle de Ongamira, en el alero Deodoro Roca. Ese sitio había sido explorado desde los ‘40 por Alberto Rex González, reconocido actualmente como uno de los padres de la arqueología moderna. La investigación actual permitió discutir la caracterización general de la arqueología de las Sierras Centrales que había elaborado Rex González en 1960 a partir de los resultados de sus trabajos.

“Los registros obtenidos en aquel entonces fueron utilizados para construir un modelo general del poblamiento que establecía que las sociedades cazadoras-recolectoras de esta zona estaban emparentadas con poblaciones andinas que habrían poblado el territorio bajando desde el noroeste. Sin embargo, los resultados más recientes que estamos obteniendo llegan a conclusiones diferentes”, explica el codirector del equipo, Andrés Izeta, investigador independiente del CONICET y profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.

“Las puntas encontradas previamente, llamadas lanceoladas, sugerían una vinculación de los primeros pobladores de estos territorios con sociedades de los Andes. Sin embargo, nuestros hallazgos coinciden con las conclusiones de estudios de ADN y análisis de la forma y tamaño de los cráneos que señalan una relación con poblaciones pampeano patagónicas -del sudeste- más que con poblaciones andinas -del oeste-”, explica Cattáneo.

En base a la evidencia encontrada se pudo revisar el modelo general de poblamiento diseñado por Rex González, que era el único disponible y establecía cuatro horizontes culturales de diferentes poblamientos. “Nosotros encontramos 111 niveles de ocupaciones de diferentes etapas, en lugar de cuatro. Estas sociedades eran muy móviles, estaban en los aleros durante algún tiempo y luego continuaban moviéndose, siguiendo un circuito, ocupando diferentes territorios”, describe Cattáneo.

Izeta completa: “Se cree que los cazadores de hace 10 mil años ocupaban territorios de unos mil kilómetros. En el Valle de Ongamira, hace unos 7 mil años, esa movilidad se habría reducido pues no hay indicadores de uso de recursos fuera del mismo valle”.

Equipo de investigación en Ongamira-Gentileza investigadores

Equipo de investigación en Ongamira-Gentileza investigadores

“De esta manera, partiendo de modelos construidos en torno al modo de vida de las sociedades que habitaban en la Pampa y la Patagonia, puede inferirse que los primeros pobladores de las Sierras Centrales de Córdoba se asentaban en ambientes de montañas bajas, abiertos hacia paisajes llanos, con disponibilidad de animales -como los guanacos- para poder cazar y alimentarse. Characato posee justamente un paisaje con esas características”, asegura la directora.

 

 

 

Alimentación e información adicional

En consonancia con las primeras conclusiones del grupo, Thiago Silva Ferreira da Costa, becario posdoctoral del CONICET y especialista en el estudio de restos de fauna, determinó que cerca del 80 por ciento los restos animales encontrados eran de camélidos, en particular guanacos, tal como lo preveía el modelo.

Sin embargo, el grupo halló algo imprevisto. “Analizando los numerosos fogones que encontramos y todas las actividades aledañas a estos, encontramos un número inusualmente alto de caracoles terrestres asociados a los eventos de combustión: 12 mil en un metro cuadrado, que implica un cuarto de la superficie total del fogón”, explica Andrés Robledo, becario doctoral del CONICET, que se centró en el estudio de estas evidencias para su tesis.

Esto permitió hacer un estudio conjunto con paleontólogos de cada una de las líneas de crecimiento de estos caracoles para entender el clima respecto al pasado, convirtiéndose en datos con valor paleoclimático.

“Estos caracoles estaban en diversos niveles, con diferentes antigüedades. Hicimos fechados radiocarbónicos y se pudo determinar que esos caracoles, comparados con los actuales, exhiben una diferencia importante que da a entender un proceso global que ya estaba planteado por otras disciplinas -biología, ecología, geología- de procesos de aridización. Estos tuvieron lugar hace entre 7 y 5 mil años y afectaron la vida de los cazadores-recolectores, que debieron migrar y buscar alimentos alternativos. Ya entre 3.900 y 3.000 años atrás las condiciones eran muy parecidas a las actuales en cuanto a disponibilidad de agua”, describe Izeta.

Museo viajero

El trabajo de investigación del equipo se continúa con la difusión de sus resultados a la propia comunidad que habita los territorios estudiados. Así surge el Museo Viajero, una sala móvil que no solo muestran los materiales y la información recolectada en los sitios excavados sino que además cuenta cómo es el trabajo arqueológico, cómo se lleva a cabo en Ongamira y cómo deben conservarse los materiales que se extraen. Esto se complementa con un sitio visitable en la excavación del alero Deodoro Roca.

“La iniciativa surge en respuesta a un interés de los actuales habitantes de las tierras, quienes querían conservar el material que extraíamos y, como legalmente no puede estar en manos de privados, creamos el Museo Viajero como ente estatal que resguarda el patrimonio arqueológico pero dejándolo accesible al público” explican Isabel Prado y Camila Brizuela, estudiantes de la carrera de grado de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba e integrantes del equipo de investigación.

El museo incluye un mapa de la provincia de Córdoba, donde se marcan las 17 comunidades de Pueblos Originarios actuales, muchas de ellas urbanas, “con el objetivo de mostrar que lo que estudiamos no es sólo cosa del pasado, sino que también tiene que ver con la sociedad contemporánea de la que todos formamos parte”, concluye Cattáneo.


El “Proyecto Arqueológico Ongamira” nuclea a un grupo de investigadores del Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR, CONICET-UNC) y consiste en el estudio de los restos de poblaciones que habitaron en las sierras centrales de Córdoba hace diez mil años. El equipo es dirigido por Roxana Cattáneo –investigadora independiente del CONICET y profesora titular en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba- y está integrado aproximadamente por doce personas, desde científicos de larga trayectoria, hasta doctorandos, posdoctorandos y estudiantes de la licenciatura en antropología.


Por Mariela López Cordero – CCT CONICET Córdoba

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