CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

Cumbres Calchaquíes: sociedades complejas sin estructuras jerárquicas

Investigadores cordobeses estudian cómo vivían los pueblos que habitaron el noroeste argentino hace dos mil años.


Valeria Franco Salvi y Julián Salazar. Foto: gentileza de los investigadores

El Equipo de Arqueología del Extremo Sur de los Valles Calchaquíes fue formado recientemente en el seno del Centro de Estudios Históricos Profesor Carlos Segreti, (CEH, CONICET-Centro de Estudios Históricos). Tiene como objetivo estudiar y comprender las complejas transformaciones de los grupos originarios que habitaron el noroeste argentino cuando adoptaron un modo de vida aldeano, productor de alimentos y sedentario hace más de dos mil años.

Las Cumbres Calchaquíes son un sistema montañoso que corre de norte a sur, atravesando Salta y Tucumán, y constituyen un espacio de transición entre las tierras bajas y las regiones altoandinas. Valeria Franco Salvi y Julián Salazar, investigadores asistentes del CONICET, trabajan en el noroeste de Tucumán, más precisamente en el valle de Tafí y en la cuenca de Anfama, que está muy próxima de la anterior pero es inaccesible en automóvil y la caminata desde el pueblo más cercano lleva entre 7 y 8 horas.

 

¿Qué aristas de este tema estudian?

VFS – En este particular contexto, tratamos de entender cómo se organizaban las sociedades, qué estructuras políticas tenían y qué incidencia tuvo la incorporación de la agricultura, el sedentarismo y la agregación de colectivos humanos crecientes en este nuevo mundo social que eran las aldeas.

 

¿Cuál es la etnia de los pueblos que habitaron en esa zona? ¿Se corresponde con alguna de las que se conoce que habitaron en nuestro país?

JS – Casi todas las etno-categorías que conocemos fueron construidas por conquistadores o miembros de la burocracia imperial; con sus intereses. Entonces no hacen referencia a la ‘realidad étnica’, por decirle de alguna manera, de esa gente. Pero además fueron elaboradas en el siglo XVI, mientras que la historia de estos pueblos comenzó hace doce mil años. Por otra parte, las culturas indígenas fueron sistemáticamente perseguidas desde mediados del siglo XIX y la identidad de esas personas fue construida como ‘campesinos argentinos’. Entonces la reconstrucción de esos pueblos hoy tiene muchas rearticulaciones y reformulaciones. Sin embargo, y más allá de esas consideraciones, la gente que vive hoy ahí se reconoce como diaguita.

 

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¿Qué elementos analizan?

JS – Estudiamos principalmente las viviendas y los espacios de producción que encontramos en los sitios arqueológicos. Además trabajamos con las comunidades indígenas de la zona que se reconocen como los descendientes y herederos de las tierras. Esto nos permite ver cómo viven en la actualidad, cómo se relacionan con el paisaje, su historia oral y sus prácticas tradicionales. Esto, a través de lo que se conoce como etnoarquología, nos ayuda a interpretar lo que encontramos en los sitios arqueológicos.

 

¿Cómo eran las viviendas?

JS – Las casas eran muy grandes; tenían un patio, dos o tres silos, tres o cuatro habitaciones, cocinas… lo cual hace pensar que vivían entre 16 y 25 personas pertenecientes a familias extensas, que involucraría a varias familias nucleares. Sus paredes eran de piedra y llegaban a medir dos metros de ancho. Estaban pensadas para ser habitadas durante muchos siglos. Eran circulares y todos los ambientes de la casa se orientaban en torno al patio central donde se enterraban algunos de los ancestros de la familia en estructuras funerarias que se llaman cistas, cámaras con falsas cúpulas de piedra, que sobresalen del nivel del piso. Este patio era también el espacio de reunión donde se realizaban una gran cantidad de actividades como por ejemplo la molienda del maíz, que demandaba una gran cantidad de tiempo.

 

¿Las cistas cumplían alguna función?

VFS – En principio reflejan un contacto cotidiano con los muertos y una participación de los ancestros en los procesos de toma de decisión. En esas casas que han estado habitadas durante 600 o 700 años, por ejemplo, sólo encontramos restos de dos ancestros, enterrados en momentos diferentes y creemos que esto refleja un cambio en la organización social o familiar. Nosotros lo interpretamos como una estrategia para evitar la centralización y la personalización del poder, porque si pertenece a los ancestros es imposible que alguien se lo apropie. Esto explicaría en parte porque fue posible que durante casi mil años estas sociedades no hayan sido jerárquicas.

 

¿Cómo eran los espacios productivos?

VFS – Las primeras hipótesis indican que en Anfama la agricultura no habría requerido de grandes estructuras de siembra ni riego ya que es un lugar muy húmedo. Esto conlleva a que no haya restos materiales muy visibles. En Tafí encontramos pequeñas chacras adyacentes a la vivienda y asociadas a otras estructuras agrícolas como terrazas. Éstas fueron muy utilizadas en los últimos dos mil años en toda la zona andina y sirven para nivelar superficies, evitar el desmembramiento del suelo y el lavado, para posibilitar el crecimiento de plantas. Los canchones de siembra eran de gran tamaño y allí habría tenido lugar una producción para más de una familia.

 

¿Y hay restos materiales de esas estructuras?

VFS – Hemos encontrado grandes muros de contención de las terrazas que fueron construidos gradualmente, durante un largo período de tiempo, por lo que no habría sido necesario involucrar muchas personas en su construcción ni una gran organización. También encontramos espacios rituales que creemos se utilizaban al momento de inaugurar una estructura agrícola. En cuanto al riego vimos que aplicaban estrategias similares a las que utilizan aún los campesinos del Valle de Tafí: tomar agua de un arroyo y manejar la inclinación del terreno para que atraviese un campo desnivelado.

 

¿Qué sembraban?

VFS – La arqueobotánica puede identificar -en muestras de suelo y vestigios adheridos a artefactos- restos microscópicos de vegetales que se encuentran silicificados, como si fueran piedras que tienen una forma especial, como si fuese la huella digital de la planta y permite determinar qué crecía allí. Este análisis asociado al estratigráfico indica que hace dos mil años esos campos fueron cultivados con maíz, poroto y zapallo.

 

¿En esas aldeas había edificios o zonas públicas?

JS – Encontramos espacios que habrían sido de uso común. Son montículos generados a partir de los restos materiales de sucesivas reuniones, celebraciones, eventos ceremoniales donde bebían y comían mucho, sacrificaban animales y depositaban muertos. Estaban fuera de los sitios de residencia, no ocupaban un lugar central y la vida cotidiana no estaba organizada en torno a ellos. Las reuniones eran eventuales y no hay una materialización que permita pensar en un control, no están asociados a una vivienda, no tienen límites. Esto indica que no estaban monopolizados por ninguna persona o grupo.

 

Esto reforzaría la idea que comentaban antes, de una sociedad sin centralización del poder…

JS – Sí, y eso es lo que nos parece más interesante de lo que estamos aprendiendo: en el primer milenio de la Era hubo en estos valles del noroeste argentino una población creciente que involucró a cientos de familias, habitando en lugares bastante restringidos –que hoy se encuentran prácticamente deshabitados- y lograron organizarse sin estructuras jerárquicas centralizadas.

VFS – Este tipo de sociedades nos permite contrastar la visión antropológica tradicional según la cual el crecimiento demográfico y la sedentarización conlleva un proceso de centralización de poder, jerarquización y desigualdad. O, si no, son sociedades simples. Estas son sociedades complejas que a partir de determinados mecanismos de negociación consiguieron una cierta igualdad y descentralización del poder, sin ser exactamente horizontales. Pudieron convivir, producir alimentos e inclusive subsistir hasta la actualidad sin concentración de poder.

Valeria Franco Salvi es doctora en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Ha realizado un postdoctorado en la Universidad de Arizona (USA) y actualmente es investigadora asistente del CONICET y docente de la UNC. Su interés principal se dirige a estudiar los paisajes agrarios prehispánicos y el cambio social. Forma parte de proyectos arqueológicos subsidiados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación y por el CONICET y participa activamente en la generación de proyectos de extensión y vinculación centrados en el turismo sustentable y la protección del patrimonio arqueológico.

Julián Salazar es doctor en Historia (UNC)y realizó un postdoctorado en la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos). Actualmente es investigador asistente del CONICET bajo la dirección de. Eduardo Berberián –investigador superior ad-honorem del CONICET-. y docente de la UNC. Su interés principal se dirige a entender las estrategias de reproducción social de los grupos de agricultores prehispánicos del Noroeste Argentino. Forma parte de proyectos arqueológicos subsidiados por el CONICET y la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT) de la UNC participa activamente en la generación de proyectos de extensión y vinculación centrados en la socialización y protección del patrimonio arqueológico de las comunidades indígenas que habitan las áreas de trabajo.

Por Mariela López Cordero. CCT Córdoba.